Una RB suficiente para garantizar la supervivencia de los individuos conferiría
una mayor fuerza negociadora a la parte más débil de la relación laboral, pues
ésta, segura en cuanto a la continuidad de unos recursos mínimos, podría
amenazar con romper las negociaciones con mayor realismo y credibilidad. Así,
una RB dotaría a los trabajadores de unos niveles nada menospreciables de
independencia socioeconómica respecto a los empresarios, con lo que la relación
laboral se tornaría menos asimétrica.
Es incuestionable que la garantía de una RB de cuantía suficiente para cubrir las
necesidades básicas de los individuos permitiría que éstos optaran por la ruptura de las
negociaciones con los empresarios –los “empleadores”, para decirlo con el benevolente
término al uso entre ciertas escuelas de pensamiento económico- y, por tanto, por la
salida de un mercado de trabajo cuyas condiciones resultaran poco favorables. Así, la
seguridad en los ingresos que la garantía –incluso constitucional- de una RB supondría
impediría que los trabajadores se viesen impelidos a aceptar una oferta de trabajo bajo
cualquier condición. Dicho en términos más precisos, desde el momento en que su
salida del mercado de trabajo –su posición de retirada o fallback position- resultara
practicable, la relación de trabajo se mostraría menos coercitiva, con lo que los
trabajadores gozarían de mayores niveles de libertad a la vez que verían ampliarse las
oportunidades para llevar a cabo planes de vida y proyectos productivos que realmente
les satisficieran.
Los procesos de negociación propios del mercado laboral se hallan íntimamente ligados
a los diferentes márgenes de maniobra que confieren los dispares niveles de
independencia respecto de las decisiones que pueda tomar la otra parte –los dispares
niveles de independencia socioeconómica, en último término-. En otras palabras, no es
lo mismo llevar las negociaciones laborales al límite de la ruptura cuando se cuenta,
como es el caso de los empresarios, con la posibilidad real de reemplazar a los
trabajadores contendientes por maquinaria o por trabajadores actualmente en paro -los
que engrosan las filas del otrora llamado “ejército industrial de reserva”-, que hacerlo a
sabiendas de que la subsistencia depende de forma directa, y prácticamente exclusiva,
de las retribuciones obtenidas de los individuos sentados en el otro lado de la mesa de
negociación, como les ocurre a los trabajadores y trabajadoras hoy en día. La relación
laboral que se observa en la actualidad, pues, no puede resultar menos asimétrica.
Es en este sentido en el que se plantea que la introducción de una RB permitiría acabar
con la carestía de fondos que empuja a los trabajadores, presos del temor de que el paso
del tiempo empeore su posición negociadora, a precipitarse y a atar acuerdos que,
quizás, no sean los más favorables; y, sobre todo, dotaría a los mismos de un colchón
económico suficiente para hacer creíble la amenaza de la ruptura de las negociaciones y,
con ello, para incrementar su fuerza negociadora. La RB permitiría actuar al modo de
“caja de resistencia” ante determinadas situaciones de conflicto con la patronal. Parece
evidente, en definitiva, que la introducción de una RB actuaría como un mecanismo
capaz de dotar a la clase trabajadora de unos niveles nada menospreciables de
independencia socioeconómica con respecto a los propietarios del capital, con lo que la
relación laboral se tornaría menos asimétrica y el éxito de las reivindicaciones laborales
frente a los empresarios aparecería como una posibilidad menos quimérica.
26
Con todo, la RB permitiría abrir las puertas a un escenario nuevo en el que los
sindicatos, lejos de ver en dicha medida una amenaza contra su papel como vehículo de
las reivindicaciones de los trabajadores y trabajadoras, podrían acudir a las mesas de
negociación con una herramienta altamente poderosa: la conciencia de que aquellos a
quienes representan, o pretender representar, cuentan con mayor poder de resistencia.
una mayor fuerza negociadora a la parte más débil de la relación laboral, pues
ésta, segura en cuanto a la continuidad de unos recursos mínimos, podría
amenazar con romper las negociaciones con mayor realismo y credibilidad. Así,
una RB dotaría a los trabajadores de unos niveles nada menospreciables de
independencia socioeconómica respecto a los empresarios, con lo que la relación
laboral se tornaría menos asimétrica.
Es incuestionable que la garantía de una RB de cuantía suficiente para cubrir las
necesidades básicas de los individuos permitiría que éstos optaran por la ruptura de las
negociaciones con los empresarios –los “empleadores”, para decirlo con el benevolente
término al uso entre ciertas escuelas de pensamiento económico- y, por tanto, por la
salida de un mercado de trabajo cuyas condiciones resultaran poco favorables. Así, la
seguridad en los ingresos que la garantía –incluso constitucional- de una RB supondría
impediría que los trabajadores se viesen impelidos a aceptar una oferta de trabajo bajo
cualquier condición. Dicho en términos más precisos, desde el momento en que su
salida del mercado de trabajo –su posición de retirada o fallback position- resultara
practicable, la relación de trabajo se mostraría menos coercitiva, con lo que los
trabajadores gozarían de mayores niveles de libertad a la vez que verían ampliarse las
oportunidades para llevar a cabo planes de vida y proyectos productivos que realmente
les satisficieran.
Los procesos de negociación propios del mercado laboral se hallan íntimamente ligados
a los diferentes márgenes de maniobra que confieren los dispares niveles de
independencia respecto de las decisiones que pueda tomar la otra parte –los dispares
niveles de independencia socioeconómica, en último término-. En otras palabras, no es
lo mismo llevar las negociaciones laborales al límite de la ruptura cuando se cuenta,
como es el caso de los empresarios, con la posibilidad real de reemplazar a los
trabajadores contendientes por maquinaria o por trabajadores actualmente en paro -los
que engrosan las filas del otrora llamado “ejército industrial de reserva”-, que hacerlo a
sabiendas de que la subsistencia depende de forma directa, y prácticamente exclusiva,
de las retribuciones obtenidas de los individuos sentados en el otro lado de la mesa de
negociación, como les ocurre a los trabajadores y trabajadoras hoy en día. La relación
laboral que se observa en la actualidad, pues, no puede resultar menos asimétrica.
Es en este sentido en el que se plantea que la introducción de una RB permitiría acabar
con la carestía de fondos que empuja a los trabajadores, presos del temor de que el paso
del tiempo empeore su posición negociadora, a precipitarse y a atar acuerdos que,
quizás, no sean los más favorables; y, sobre todo, dotaría a los mismos de un colchón
económico suficiente para hacer creíble la amenaza de la ruptura de las negociaciones y,
con ello, para incrementar su fuerza negociadora. La RB permitiría actuar al modo de
“caja de resistencia” ante determinadas situaciones de conflicto con la patronal. Parece
evidente, en definitiva, que la introducción de una RB actuaría como un mecanismo
capaz de dotar a la clase trabajadora de unos niveles nada menospreciables de
independencia socioeconómica con respecto a los propietarios del capital, con lo que la
relación laboral se tornaría menos asimétrica y el éxito de las reivindicaciones laborales
frente a los empresarios aparecería como una posibilidad menos quimérica.
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Con todo, la RB permitiría abrir las puertas a un escenario nuevo en el que los
sindicatos, lejos de ver en dicha medida una amenaza contra su papel como vehículo de
las reivindicaciones de los trabajadores y trabajadoras, podrían acudir a las mesas de
negociación con una herramienta altamente poderosa: la conciencia de que aquellos a
quienes representan, o pretender representar, cuentan con mayor poder de resistencia.
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