El hecho de que la gente busque en el trabajo, más allá de la recompensa dineraria,
ciertas dosis de reconocimiento social y de autorrealización permite una respuesta
afirmativa a esta cuestión. Además, la realización de horas extra por parte de
muchos trabajadores con salario digno, por un lado, y el desempeño de actividades
remuneradas por parte de personas jubiladas anticipadamente, por el otro,
constituyen dos realidades que apuntan a que la introducción de una RB no
debería conducir indefectiblemente a una contracción de la oferta de trabajo
remunerado.
No existe la menor base para responder negativamente a esta pregunta. Para empezar,
cabe considerar que una parte importante del trabajo social, el doméstico y el
voluntario, se realiza de forma gratuita, de forma no asalariada. Pero, además, existen
muchas razones para suponer que una RB no provocaría en absoluto una retirada masiva
del mercado de trabajo. En primer lugar, lo que la mayoría de la gente busca en el
trabajo, además de ciertos ingresos, es un reconocimiento social, sentirse útil, incluso
cierta autorrealización. Se trata de objetivos que pueden lograrse en trabajos no
asalariados, como el voluntario, pero también en determinados trabajos asalariados. En
segundo lugar, aun en el caso de que la gente sólo persiguiera la remuneración, el deseo
de obtener mayores ingresos tiene que ver con muchos factores de índole social y
cultural, y si tal deseo no desaparece en la actualidad incluso con salarios medios y
altos, nada hace suponer que desaparecería con una RB que, pese a que pudiese
garantizar una subsistencia digna, no permitiría demasiados lujos. En tercer lugar, es
preciso recordar que el problema más acuciante del trabajo en las sociedades actuales
estriba en el hecho de que el mercado laboral “de calidad” está saturado y, por tanto,
excluye a buena parte de la población. En este sentido, el que algunas personas
decidiesen dejar sus empleos-basura o mal pagados para dedicar unos años de sus vidas
a formarse, a establecer una familia o forma de convivencia del tipo que fuera, a
colaborar con organizaciones dedicadas a la solidaridad o a emprender cualesquiera
otros proyectos personales, los cuales podrían implicar trabajar de manera no asalariada,
no debería ser contemplado como una posibilidad necesariamente preocupante. Al
contrario, ello liberaría a mucha gente de la presión de encontrar una ocupación a
cualquier precio, lo que, además, obligaría a los empresarios a ofrecer condiciones más
atractivas para algunos empleos.
La realización de horas extra por parte de muchos trabajadores, por un lado, y el
desempeño de actividades remuneradas por parte de personas jubiladas
anticipadamente, por el otro, constituyen dos realidades concretas que apuntan a que esa
supuesta contracción de la oferta de trabajo remunerado como consecuencia de la
introducción de una RB debe ponerse en tela de juicio. En primer lugar, es bien sabido
que mucha gente ha realizado y realiza horas extra. Por definición, las horas extra son
horas trabajadas una vez terminado el horario laboral regular. Tampoco resulta una
novedad afirmar que mucha gente hace horas extra, no porque no tenga cubiertas las
necesidades básicas, sino porque pretende alcanzar niveles superiores de consumo, o
sencillamente porque aspira a una mayor holgura económica. En segundo lugar, cabe
señalar que muchos de los trabajadores que han aceptado las jubilaciones anticipadas
que muchas grandes empresas ofrecen con la intención de reducir la plantilla realizan,
pese a contar con ingresos en ocasiones nada menospreciables, trabajos remunerados.
Entonces, si muchos trabajadores realizan horas extra y buena parte de los
(pre)jubilados siguen desempeñando tareas que obtienen remuneración en el mercado
laboral, nada invita a pensar que con una RB la gente no querría realizar trabajos
remunerados. No debe olvidarse que una RB al nivel del umbral de la pobreza se sitúa
muy por debajo de las cantidades de las prejubilaciones o del salario de los trabajadores
que en la actualidad realizan horas extra.
Podría considerarse que lo expuesto hasta aquí es un cúmulo de hipótesis y suposiciones
y que, en realidad, se desconoce lo que acarrearía la introducción de una RB. Ocurre,
sin embargo, que varios estudios empíricos y de simulación que se han realizado arrojan
alguna luz sobre el tema. En efecto, algunos modelos de simulación (presentados en
distintos congresos de la Basic Income European Network) predicen sólo una pequeña
retirada del mercado de trabajo por parte de algunos trabajadores con empleos mal
pagados y desagradables. Otros muestran que el estímulo a aceptar un empleo por parte
de aquellos trabajadores que hoy cobran prestaciones sociales sería mucho mayor con
una RB, desde el momento en que se podrían acumular ambas rentas, las del trabajo y la
incondicional. Los temores catastrofistas sobre una sociedad de vagos y ociosos, pues,
no encuentran apoyo en todo lo que se sabe y se puede razonablemente suponer.
ciertas dosis de reconocimiento social y de autorrealización permite una respuesta
afirmativa a esta cuestión. Además, la realización de horas extra por parte de
muchos trabajadores con salario digno, por un lado, y el desempeño de actividades
remuneradas por parte de personas jubiladas anticipadamente, por el otro,
constituyen dos realidades que apuntan a que la introducción de una RB no
debería conducir indefectiblemente a una contracción de la oferta de trabajo
remunerado.
No existe la menor base para responder negativamente a esta pregunta. Para empezar,
cabe considerar que una parte importante del trabajo social, el doméstico y el
voluntario, se realiza de forma gratuita, de forma no asalariada. Pero, además, existen
muchas razones para suponer que una RB no provocaría en absoluto una retirada masiva
del mercado de trabajo. En primer lugar, lo que la mayoría de la gente busca en el
trabajo, además de ciertos ingresos, es un reconocimiento social, sentirse útil, incluso
cierta autorrealización. Se trata de objetivos que pueden lograrse en trabajos no
asalariados, como el voluntario, pero también en determinados trabajos asalariados. En
segundo lugar, aun en el caso de que la gente sólo persiguiera la remuneración, el deseo
de obtener mayores ingresos tiene que ver con muchos factores de índole social y
cultural, y si tal deseo no desaparece en la actualidad incluso con salarios medios y
altos, nada hace suponer que desaparecería con una RB que, pese a que pudiese
garantizar una subsistencia digna, no permitiría demasiados lujos. En tercer lugar, es
preciso recordar que el problema más acuciante del trabajo en las sociedades actuales
estriba en el hecho de que el mercado laboral “de calidad” está saturado y, por tanto,
excluye a buena parte de la población. En este sentido, el que algunas personas
decidiesen dejar sus empleos-basura o mal pagados para dedicar unos años de sus vidas
a formarse, a establecer una familia o forma de convivencia del tipo que fuera, a
colaborar con organizaciones dedicadas a la solidaridad o a emprender cualesquiera
otros proyectos personales, los cuales podrían implicar trabajar de manera no asalariada,
no debería ser contemplado como una posibilidad necesariamente preocupante. Al
contrario, ello liberaría a mucha gente de la presión de encontrar una ocupación a
cualquier precio, lo que, además, obligaría a los empresarios a ofrecer condiciones más
atractivas para algunos empleos.
La realización de horas extra por parte de muchos trabajadores, por un lado, y el
desempeño de actividades remuneradas por parte de personas jubiladas
anticipadamente, por el otro, constituyen dos realidades concretas que apuntan a que esa
supuesta contracción de la oferta de trabajo remunerado como consecuencia de la
introducción de una RB debe ponerse en tela de juicio. En primer lugar, es bien sabido
que mucha gente ha realizado y realiza horas extra. Por definición, las horas extra son
horas trabajadas una vez terminado el horario laboral regular. Tampoco resulta una
novedad afirmar que mucha gente hace horas extra, no porque no tenga cubiertas las
necesidades básicas, sino porque pretende alcanzar niveles superiores de consumo, o
sencillamente porque aspira a una mayor holgura económica. En segundo lugar, cabe
señalar que muchos de los trabajadores que han aceptado las jubilaciones anticipadas
que muchas grandes empresas ofrecen con la intención de reducir la plantilla realizan,
pese a contar con ingresos en ocasiones nada menospreciables, trabajos remunerados.
Entonces, si muchos trabajadores realizan horas extra y buena parte de los
(pre)jubilados siguen desempeñando tareas que obtienen remuneración en el mercado
laboral, nada invita a pensar que con una RB la gente no querría realizar trabajos
remunerados. No debe olvidarse que una RB al nivel del umbral de la pobreza se sitúa
muy por debajo de las cantidades de las prejubilaciones o del salario de los trabajadores
que en la actualidad realizan horas extra.
Podría considerarse que lo expuesto hasta aquí es un cúmulo de hipótesis y suposiciones
y que, en realidad, se desconoce lo que acarrearía la introducción de una RB. Ocurre,
sin embargo, que varios estudios empíricos y de simulación que se han realizado arrojan
alguna luz sobre el tema. En efecto, algunos modelos de simulación (presentados en
distintos congresos de la Basic Income European Network) predicen sólo una pequeña
retirada del mercado de trabajo por parte de algunos trabajadores con empleos mal
pagados y desagradables. Otros muestran que el estímulo a aceptar un empleo por parte
de aquellos trabajadores que hoy cobran prestaciones sociales sería mucho mayor con
una RB, desde el momento en que se podrían acumular ambas rentas, las del trabajo y la
incondicional. Los temores catastrofistas sobre una sociedad de vagos y ociosos, pues,
no encuentran apoyo en todo lo que se sabe y se puede razonablemente suponer.
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